La Reserva Federal de Estados Unidos, históricamente un baluarte de independencia técnica y estabilidad económica, se encuentra bajo fuego político desde las oficinas de Donald Trump. El presidente ha redoblado en días recientes sus ataques contra el actual presidente de la Fed, Jerome Powell, calificándolo abiertamente de “tonto” y “gran perdedor”, acusándolo de negarse a recortar las tasas de interés frente a la aparente falta de inflación, según el propio Trump.
Los ataques no son nuevos. Desde 2018, cuando Trump designó a Powell al frente del banco central, el presidente ha oscilado entre el respaldo tibio y la crítica feroz. Lo que sí es distinto ahora es el tono y el contexto. Con una economía que se mueve en terrenos inciertos, Trump parece decidido a convertir a la Fed en chivo expiatorio preventivo de cualquier desaceleración económica.
Cuando el mandatario estadounidense califica de “tonto” al presidente de la Fed y sugiere que debería actuar recortando tasas para “encender” la economía, envía un preocupante mensaje que deslegitima a la institución al insinuar que su rol debería estar subordinado a objetivos políticos.
Esta presión, además de peligrosa, ignora el delicado equilibrio que mantiene la Fed entre estimular el crecimiento y contener la inflación. Aunque Trump asegura que “no hay inflación”, los datos de precios aún muestran presiones que no se alinean con ese diagnóstico. Powell, por su parte, ha sido prudente y mantiene las tasas en niveles relativamente altos, a la espera de señales más claras. Esa cautela es precisamente lo que se espera de una autoridad monetaria independiente.
La historia económica demuestra que erosionar la independencia de los bancos centrales puede tener consecuencias desastrosas. En países donde la política se impone sobre la técnica, las tasas de interés se manipulan para beneficios de corto plazo, y el resultado suele ser inflación desbocada, inestabilidad financiera y pérdida de credibilidad.
Trump puede no estar de acuerdo con Powell y tiene derecho a expresarlo, pero desacreditarlo de manera personal y reiterada, sugerir su despido y exigir decisiones monetarias bajo presión política, cruza líneas rojas peligrosas. La Fed no está para complacer presidentes, sino para garantizar estabilidad económica a largo plazo. Su independencia no es un capricho, es una necesidad, y si esa independencia desaparece, es la economía la que corre el verdadero riesgo.