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La disyuntiva de Apple

Una vez más, Donald Trump pone en la mira a uno de los gigantes tecnológicos más influyentes del mundo: Apple. Esta vez, el presidente estadounidense ha dejado claro su desacuerdo con la decisión de la empresa de trasladar parte de su producción de China a India, en un intento por esquivar los aranceles estadounidenses. Para Trump, no basta con abandonar China. El verdadero objetivo es que Apple fabrique en suelo estadounidense.

“Tim, te tratamos muy bien”, dijo Trump desde Doha, dejando entrever su frustración con el CEO de Apple, Tim Cook. En sus declaraciones, el presidente insistió en que Apple “tendrá que aumentar su producción en Estados Unidos”. No es la primera vez que Trump adopta esta postura nacionalista respecto a la industria tecnológica, pero ahora parece ir un paso más allá y exige lealtad corporativa en forma de manufactura doméstica.

La guerra comercial con China ha forzado a compañías como Apple a replantear sus cadenas de suministro globales. Tras el anuncio de aranceles de hasta el 145 por ciento sobre productos provenientes de China, India se presentó como una alternativa viable para Apple, no sólo por razones económicas, sino también estratégicas. En mayo, Tim Cook reconoció que la mayoría de los iPhones vendidos en Estados Unidos pronto tendrían a India como país de origen.

Con la reciente tregua comercial de 90 días entre China y Estados Unidos, esa urgencia podría haberse atenuado. Aun así, la presión política continúa. La administración Trump busca convertir el “Made in USA” en un mandato más que en una opción. Pero trasladar la producción de Apple a Estados Unidos no es tan simple como encender un interruptor. Implica rehacer redes de proveedores, entrenar mano de obra especializada y aceptar un costo significativamente mayor por unidad producida.

El fondo de esta disputa revela mucho más que un desacuerdo comercial. Trump quiere utilizar a Apple como símbolo de su política industrial y demostrar que las grandes tecnológicas pueden y deben fabricar en casa. Pero también pone a prueba los límites del intervencionismo presidencial en las decisiones estratégicas de las empresas privadas.

La pregunta es si Apple —y otras corporaciones – están dispuestas a pagar el precio político y económico de resistirse, o si terminarán cediendo ante un modelo que parece mirar más al pasado industrial que al futuro tecnológico.

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