Los ataques estadounidenses a las instalaciones nucleares iraníes, han vuelto a colocar a la ONU —y en particular a su Consejo de Seguridad – , en el centro de una disputa global que desafía tanto su legitimidad como su eficacia. La respuesta del secretario general, Antonio Guterres, urgió un alto al fuego inmediato e incondicional, y el regreso a las negociaciones sobre el programa nuclear iraní. Pero, una vez más, el equilibrio de poder dentro del Consejo amenaza con paralizar cualquier acción concreta.
La situación es crítica por múltiples razones. En primer lugar, los ataques representan una peligrosa escalada que podría arrastrar a toda la región a un conflicto abierto. En segundo, la decisión de Washington de actuar unilateralmente, en coordinación con Israel, revive los peores fantasmas del intervencionismo militar en Medio Oriente, evocando la guerra en Irak de 2003. Así lo expresó el embajador ruso, Vassily Nebenzia, al comparar la retórica actual con la de Colin Powell ante la ONU antes de la invasión de Irak, cuando se justificó la acción militar con pruebas luego desacreditadas.
Desde luego, Estados Unidos sostiene que su ofensiva busca evitar que Irán obtenga armas nucleares, denunciando la falta de transparencia del régimen iraní. Pero ese argumento, sin una verificación internacional independiente, tiene poca legitimidad para muchos miembros del Consejo, sobre todo tras el colapso del acuerdo nuclear que Trump abandonó en 2018.
La posición de Rusia, China y Pakistán al proponer una resolución de alto al fuego refleja un consenso emergente entre potencias que apuestan por la vía diplomática. Sin embargo, sin el apoyo de Estados Unidos —miembro permanente con poder de veto – , la resolución no tiene futuro. El sistema multilateral parece así rehén de los intereses nacionales de sus principales actores.
El conflicto pone a prueba la credibilidad de la ONU. ¿Puede el Consejo de Seguridad actuar como garante de la paz si sus miembros permanentes bloquean cualquier iniciativa contraria a sus intereses? ¿O está condenado a ser un foro de discursos, incapaz de frenar la violencia cuando más se necesita?
La ONU, pese a su parálisis recurrente, sigue siendo el único espacio donde se confrontan abiertamente las narrativas del poder global. Su debilidad actual no debe hacernos olvidar que su potencial radica en la capacidad para negociar, mediar, contener. Pero eso exige voluntad política real, no solo gestos simbólicos.
Mientras tanto, la población de Medio Oriente —no olvidemos Gaza – , paga el precio de los juegos geopolíticos. Las guerras preventivas nunca han traído paz duradera a la región. Solo el retorno al diálogo y el respeto al derecho internacional ofrecen una salida. Lo demás, es repetir los errores del pasado.