Durante más de una década y media, el smartphone ha sido el eje de nuestra vida digital. Ha moldeado nuestra manera de comunicarnos, informarnos y trabajar, pero también ha revelado sus límites. La saturación de pantallas, la dependencia constante y la atención fragmentada. Hoy, la industria tecnológica parece prepararse para un cambio profundo. La alianza entre Sam Altman, CEO de OpenAI, y el diseñador Jony Ive, responsable de algunos de los productos más icónicos de Apple, sugiere que estamos al borde de una nueva era, la de los dispositivos impulsados por inteligencia artificial.
En su más reciente conferencia, OpenAI dejó entrever que trabaja en una serie de productos que podrían redefinir la relación entre las personas y la tecnología. No se trataría de una evolución del teléfono o de la computadora, sino de una categoría completamente nueva de hardware. Estos dispositivos, aún en desarrollo, buscarían integrarse de forma más orgánica a la vida cotidiana, aprovechando micrófonos, cámaras y sensores para percibir el entorno y adaptarse al usuario sin necesidad de pantallas.
La visión detrás de este proyecto parece liberar a las personas de la interacción visual constante con los dispositivos. En lugar de depender de pantallas, la tecnología se apoyaría en la voz, el contexto y la comprensión del lenguaje para ofrecer una experiencia más fluida, menos invasiva y más humana. El objetivo no sería aumentar la productividad mediante más notificaciones o aplicaciones, sino transformar la forma en que convivimos con la tecnología, haciendo que esta se vuelva más empática y menos demandante.
La propuesta también tiene un trasfondo filosófico. Si el smartphone simbolizó la era de la conexión permanente, el siguiente paso podría enfocarse en recuperar la atención y la calma que la tecnología nos arrebató. Los nuevos dispositivos buscarían fomentar un vínculo más saludable, donde la inteligencia artificial actúe como una extensión del pensamiento humano, no como una distracción constante.
Aunque los detalles técnicos y los plazos de lanzamiento siguen siendo inciertos, la dirección es evidente frente a una interfaz tradicional en declive. Lo que viene después del smartphone no será necesariamente un aparato más potente, sino uno más invisible, capaz de mezclarse con el entorno y adaptarse a nuestras emociones y necesidades.
El futuro de la tecnología personal podría dejar de centrarse en la pantalla para centrarse en la experiencia. En esa transición, la inteligencia artificial no sería solo una herramienta, sino una nueva forma de presencia. Una que acompaña sin interrumpir, escucha sin exigir y nos permite, por fin, mirar más allá del teléfono.