La reunión entre el presidente de China, Xi Jinping, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y António Costa, presidente del Consejo Europeo, revela el creciente distanciamiento económico entre Europa y Pekín. Lo que en otro momento pudo haber sido un encuentro para fortalecer vínculos comerciales, hoy se tiñe de tensiones, advertencias veladas y exigencias mutuas.
Xi Jinping instó a la Unión Europea a mantener abiertos sus mercados y evitar “herramientas restrictivas”, aludiendo claramente a las medidas que Bruselas considera implementar ante lo que percibe como competencia desleal por parte de China. El líder chino insistió en que “mejorar la competitividad no puede basarse en construir muros”, advirtiendo contra las políticas de “desacoplamiento” que, en su visión, sólo conducen al aislamiento económico.
Desde la perspectiva china, la UE estaría actuando de manera proteccionista. Sin embargo, los europeos tienen sus propias razones. Von der Leyen argumentó que la apertura del mercado europeo hacia los productos chinos no tiene una correspondencia equivalente por parte de Pekín. A esto se suma un creciente malestar en Bruselas ante el exceso de capacidad industrial en China, impulsado por subsidios estatales que distorsionan los precios globales y amenazan industrias clave en Europa, como la automotriz o la de energías renovables.
La retórica de Xi busca encuadrar la discusión en términos de cooperación y apertura, pero el contexto actual ya no permite una lectura tan simplista. Europa no cuestiona sólo el acceso al mercado chino, sino también el modelo económico que lo sustenta, un capitalismo de Estado con fuerte intervención gubernamental, que rompe con las reglas tradicionales del libre comercio.
China y la UE, como señaló Xi, no tienen conflictos geopolíticos directos, pero sí tensiones estructurales que se profundizan. Los europeos demandan equidad y reciprocidad, mientras China insiste en la no injerencia y en que sus prácticas no son el origen de los problemas en Europa.
El dilema para Europa es enfrentarse a la disyuntiva de seguir promoviendo un comercio abierto con un socio que no responde con la misma moneda, o replegarse estratégicamente para proteger su industria y cohesión interna. Pekín, por su parte, busca evitar el cierre de un mercado vital sin modificar sustancialmente su modelo económico.
Lo que se juega no es sólo el futuro de las relaciones bilaterales, sino el tipo de globalización que sobrevivirá en la próxima década. Una basada en reglas comunes y apertura mutua, o una fragmentada por intereses nacionales y desconfianza sistémica.