La guerra del agua, otra vez

La guerra del agua, otra vez

La diplomacia entre México y Estados Unidos vuelve a tensarse por un recurso que, en tiempos de crisis climática, se ha convertido en más estratégico que nunca. La presión que hoy ejerce Washington para que México reduzca el déficit en las entregas previstas en el Tratado de Aguas de 1944 revive un conflicto cíclico, un desacuerdo que rebota cada cierto tiempo entre sequías prolongadas, demandas agrícolas y cálculos políticos a ambos lados de la frontera. Pero esta vez, el contexto es más adverso, y las exigencias más contundentes.

El Departamento de Estado señaló que México está incumpliendo con la entrega pactada de agua del río Bravo y sus afluentes, generando un déficit que, según Washington, asciende a alrededor de 865 mil acre-pies en el ciclo 2020–2025. A esto se suma que el gobierno estadounidense, impulsado por el presidente Donald Trump y el secretario Marco Rubio, exige un plan inmediato y confiable que garantice el abasto para los usuarios texanos, quienes atraviesan pérdidas millonarias por la escasez del recurso.

El señalamiento contrasta con la posición del gobierno mexicano, que insiste en que cumple en la medida de lo posible dentro de un contexto de sequía histórica en el norte del país. Las presas que alimentan el sistema binacional, como La Amistad y Falcón, han sufrido descensos críticos que afectan tanto la disponibilidad de agua para las obligaciones internacionales como para los agricultores mexicanos que dependen de ellas para sobrevivir.

¿Cómo conciliar una obligación internacional con la realidad del campo donde miles de productores, ya golpeados por la falta de lluvia y el aumento de temperaturas, se niegan a entregar agua que consideran vital para su subsistencia? En ciclos anteriores, este conflicto ha derivado incluso en confrontaciones violentas en Chihuahua y otras regiones agrícolas. La tensión social no es menor, y el gobierno mexicano lo sabe.

En un mundo cada vez más seco, el agua es poder, es territorio, es economía y es estabilidad social. Lo que hoy se discute en mesas diplomáticas podría mañana convertirse en un conflicto mayor si no se atienden las causas estructurales como la sobreexplotación de cuencas compartidas, la falta de infraestructura y la ausencia de una estrategia climática binacional.

Estados Unidos exige certidumbre. México pide comprensión. Ambos necesitan agua. El tratado de 1944 puede seguir siendo un marco útil, pero no puede seguir funcionando como si las condiciones climáticas del siglo XX permanecieran intactas. La verdadera solución no será solo técnica ni jurídica, sino política, sin reconocer que el futuro del agua no puede abordarse con la lógica del pasado. En un escenario donde el recurso se agota, la cooperación no es una opción; es la única salida posible.

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