La noticia de un alto el fuego en Gaza, tras dos años de una operación militar que ha dejado más de 67 mil muertos palestinos y más de mil israelíes, despierta una mezcla de alivio, esperanza y cautela. El anuncio de que Estados Unidos enviará cerca de 200 soldados a Israel para apoyar la implementación del acuerdo y supervisar la entrada de ayuda humanitaria marca un giro decisivo en el conflicto, pero también abre un nuevo capítulo de interrogantes sobre el futuro político y humanitario del territorio palestino.
La operación de paz en Gaza no es una misión tradicional de mantenimiento de la paz bajo mandato de Naciones Unidas. Se trata de un esfuerzo multinacional impulsado desde Washington, con participación de ONG, países aliados y actores privados, coordinado por el Comando Central estadounidense. Su objetivo declarado es garantizar la aplicación del acuerdo de alto el fuego y facilitar la entrega de ayuda humanitaria.
El acuerdo entre Israel y Hamas, mediado por Estados Unidos, Catar y Turquía, contempla la liberación de los rehenes israelíes a cambio de unos dos mil prisioneros palestinos. Se trata de un intercambio asimétrico pero simbólicamente potente, que busca abrir la puerta a una paz duradera, según las palabras del presidente Donald Trump, artífice del plan. No obstante, el éxito de este proceso dependerá menos del número de camiones humanitarios -se prevén hasta 400 diarios- y más de la disposición real de las partes a aceptar concesiones políticas que resulten sostenibles.
La experiencia histórica obliga al escepticismo. Gaza ha sido escenario de múltiples intentos de tregua que naufragaron entre los intereses contrapuestos de Israel, Hamas y la comunidad internacional. El actual acuerdo llega en un contexto de profunda desconfianza, con un gobierno israelí dividido y presionado por su ala ultraderechista, y con un Hamas debilitado militarmente, pero aún con control sobre buena parte del territorio.
Mientras tanto, la realidad humanitaria es insoportable. Gaza está en ruinas, con hambruna declarada por la ONU y una generación de niños marcada por la desnutrición y el trauma. En ese contexto, cualquier cese al fuego es una bocanada de esperanza. Pero la paz verdadera no se construye con discursos ni con despliegues militares simbólicos, sino con justicia, reconstrucción y reconocimiento mutuo.
La operación de paz en Gaza será, en última instancia, una prueba moral y política para Estados Unidos y para toda la comunidad internacional. Deberán ser capaces de transformar la tregua en una paz real, porque de lo contrario, quedará una vez más como un espejismo entre los escombros.