El encuentro entre la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro canadiense Mark Carney fue un momento estratégico para América del Norte. En medio de una agenda de proteccionismo económico, México y Canadá han decidido enviar el mensaje de que la región depende de la solidez del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y de la capacidad de sus miembros para actuar como bloque.
El plan de acción conjunto no es un gesto diplomático aislado, sino un intento de blindar la competitividad regional ante la inminente revisión del tratado. La decisión de ambos gobiernos de mantener a los tres socios sin acuerdos paralelos que marginen a alguno, es la clave para preservar la esencia del pacto.
Claudia Sheinbaum mostró un tono de optimismo responsable. Recordó que gran parte del comercio con Estados Unidos sigue libre de aranceles, por lo que la revisión del T-MEC no debería convertirse en un retroceso, sino en una oportunidad para reforzar la integración. Su mensaje fue pragmático y en lugar de ver la negociación como una amenaza, lo asumió como un espacio para modernizar reglas y apuntalar la región frente a sus competidores globales.
Carney, por su parte, fue directo al señalar que América del Norte es ya la región más competitiva del mundo, gracias a la complementariedad de sus economías y a la integración de cadenas de valor que atraviesan las fronteras. El ejemplo de la industria automotriz, donde un mismo vehículo puede contener piezas mexicanas, canadienses y estadounidenses, es una muestra de la interdependencia que se debe cuidar.
El trasfondo político fue igualmente importante en la reunión. A tres décadas del inicio del tratado original, el comercio entre México y Canadá se ha multiplicado por diez, consolidando una relación que va más allá de la sombra de Washington. Para ambos gobiernos, mostrar coincidencias en objetivos y prioridades es también un modo de ganar fuerza en la mesa de negociación frente a Estados Unidos.
El desafío ahora será transformar el optimismo en resultados tangibles. El plan de acción debe traducirse en estrategias que busquen la diversificación de cadenas de suministro, coordinación regulatoria, impulso a la innovación tecnológica y mecanismos efectivos de solución de controversias. Solo así la competitividad regional se convertirá en una realidad que beneficie directamente a los ciudadanos.
Claudia Sheinbaum y Mark Carney han dado un paso en la dirección correcta. América del Norte se juega su papel en la economía global, y la unidad será la mejor carta para enfrentar un mundo cada vez más competitivo y fragmentado.