El Banco de México cumple cien años en un escenario económico marcado por contrastes. A lo largo de su historia, la institución ha tenido como mandato central preservar la estabilidad de precios, un objetivo que, en efecto, ha logrado consolidar y que le ha otorgado prestigio internacional.
La ortodoxia monetaria que ha guiado al banco central se ha sostenido en la idea de que controlar la inflación genera condiciones para atraer inversión, crear empleo y, en consecuencia, estimular el crecimiento. Aunque la experiencia mexicana muestra que esta cadena de supuestos no se cumple automáticamente. Durante décadas, el salario mínimo se mantuvo artificialmente deprimido bajo el argumento de que cualquier aumento desataría presiones inflacionarias. Los hechos recientes desmienten esa lógica, pues desde 2018 el salario mínimo prácticamente se duplicó en términos reales sin provocar el temido descontrol de precios.
El debate que comenzó a tomar fuerza a nivel global tras la pandemia de coronavirus resulta particularmente pertinente para México. En distintas latitudes, incluida la Reserva Federal de Estados Unidos, se discutió si los bancos centrales deben considerar la desigualdad como parte de su agenda. La política monetaria, con sus decisiones sobre tasas de interés y liquidez, tiene efectos concretos en la redistribución del ingreso. Al elevar el costo del dinero, se premia a quienes poseen activos financieros y se castiga a los hogares endeudados o de bajos ingresos y el resultado es una transferencia silenciosa de recursos hacia los sectores más privilegiados.
El caso reciente de las tasas de referencia en México lo ilustra con claridad. El aumento hasta 11.25 por ciento en 2023 fortaleció las utilidades de la banca privada y, al mismo tiempo, incrementó la carga de la deuda pública. Ese doble efecto impacta en la capacidad del Estado para cumplir con sus responsabilidades administrativas.
Ante este panorama, la pregunta no es si se debe preservar la autonomía del Banco de México —un consenso ampliamente compartido – , sino cómo reinterpretar su papel frente a los desafíos de un país con profundas asimetrías territoriales y sociales.
Resulta indispensable discutir si la política monetaria puede diseñarse con enfoques regionales, considerando que las realidades del norte y del sur del país son radicalmente distintas. También se requiere pensar en una coordinación más estrecha entre política monetaria y fiscal, para que ambas actúen en la misma dirección y no se anulen entre sí. El centenario del Banco de México ofrece una oportunidad histórica para repensar su mandato, aunque la estabilidad de precios seguirá siendo un objetivo central.