En la compleja arquitectura de las relaciones internacionales, hay momentos en los que el silencio público es más elocuente que cualquier declaración oficial. Tal es el caso de la reciente conversación entre el subsecretario de Estado de Estados Unidos, Christopher Landau, y el viceministro de Relaciones Exteriores de China, Ma Zhaoxu. Sin detalles revelados y con comunicados vagos, este tipo de diplomacia silenciosa es tanto una muestra de prudencia como una estrategia calculada.
La llamada se da en un contexto de distensión en la guerra comercial que, desde enero, ha puesto a prueba no solo las economías de las dos potencias, sino también la estabilidad del sistema global. La imposición de aranceles, las represalias, y la retórica incendiaria dieron paso, este mes, a una tregua temporal con una reducción de aranceles por 90 días. Pero nadie se engaña. La rivalidad entre Washington y Pekín trasciende lo económico y se inscribe en una pugna por el liderazgo global.
La alta diplomacia, cuando es efectiva, opera lejos del espectáculo mediático. Las conversaciones como la de Landau y Ma son intentos de sentar las bases de una relación menos confrontativa, aunque no necesariamente más amistosa. En un momento donde los gestos públicos pueden escalar tensiones, los canales discretos de comunicación permiten calibrar intenciones, explorar puntos de acuerdo y contener daños.
No obstante, el hermetismo también despierta inquietud. ¿Qué se negocia cuando nadie mira? ¿Qué se cede y a cambio de qué? Las democracias deben equilibrar la necesidad de confidencialidad con el imperativo de transparencia, especialmente cuando lo que está en juego son decisiones que afectan el comercio, la tecnología y la seguridad de millones de personas.
El reconocimiento mutuo de la importancia de la relación bilateral, expresado por ambos países, es un paso necesario. Pero la historia reciente demuestra que los avances en la diplomacia entre Estados Unidos y China son frágiles y reversibles. La clave está en mantener abiertas las líneas de comunicación, incluso cuando los desacuerdos parecen irreconciliables.
En tiempos de tensiones globales, la diplomacia callada no es un signo de debilidad, sino de madurez estratégica. A veces, las conversaciones más importantes son las que no aparecen en los titulares.