La economía china, uno de los pilares del crecimiento global, enfrenta señales de advertencia cada vez más difíciles de ignorar. La reciente decisión de Moody’s de mantener su perspectiva negativa sobre el perfil crediticio del gigante asiático, pese a conservar la calificación A1, es un recordatorio de que los problemas estructurales y geopolíticos están lejos de resolverse.
En diciembre de 2023, la calificadora Moody’s rebajó la perspectiva de “estable” a “negativa”, y aunque ahora afirma que los riesgos relacionados con la deuda de los gobiernos locales y las empresas estatales han disminuido gracias a la intervención del gobierno, los motivos de preocupación han mutado. Hoy, el mayor riesgo identificado por la agencia reside en las crecientes tensiones comerciales con los principales socios internacionales, particularmente con Estados Unidos.
El contexto no es alentador. En abril, Fitch rebajó la calificación crediticia de China citando el deterioro de las finanzas públicas y el acelerado incremento de la deuda. Aunque el Ministerio de Finanzas chino intenta proyectar optimismo al calificar la decisión de Moody’s como un reflejo positivo de su estabilidad económica, la lectura internacional es menos complaciente. Los inversionistas, atentos a cada paso, observan con inquietud el rumbo de la segunda economía más grande del mundo.
La tensión comercial con Estados Unidos ha sido un factor central en esta historia. A pesar de una tregua arancelaria anunciada recientemente, el daño ya está hecho. La decisión del presidente Donald Trump de imponer aranceles del 145 por ciento a productos chinos ha desatado una nueva ola de incertidumbre, que amenaza con consolidarse como una traba estructural para el comercio exterior chino. Moody’s anticipa que los aranceles se mantendrán más altos que al inicio del año, lo que erosionará la competitividad de las exportaciones chinas y podría desacelerar aún más su crecimiento económico.
En este entorno, las cifras oficiales de crecimiento y recuperación postpandemia se ven cada vez más bajo la lupa. Con una población envejecida, una demanda interna débil, un sector inmobiliario en crisis y un panorama geopolítico complejo, el modelo de crecimiento chino enfrenta su mayor prueba en décadas.
Los focos rojos están encendidos. La respuesta del gobierno chino ha sido contener riesgos inmediatos, pero no ha abordado de fondo las reformas estructurales necesarias para asegurar una trayectoria de crecimiento sostenible. La comunidad internacional observa con cautela. Si China no logra despejar estas señales de alerta, las consecuencias podrían sentirse mucho más allá de sus fronteras.