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La deuda de EU y el nerviosismo del mercado

La aprobación del megaproyecto de ley presupuestario impulsado por Donald Trump ha reavivado el debate sobre su gigantesca deuda pública, un viejo fantasma que ronda a la economía estadounidense. En un contexto de tasas de interés elevadas y desaceleración económica, el mercado empieza a perder la confianza en el que durante décadas fue considerado el refugio más seguro del mundo financiero. La pregunta ya no es si Estados Unidos puede pagar, sino a qué costo y con qué consecuencias para la estabilidad global.

Con una deuda que supera los 36.2 billones de dólares —el 120 por ciento del PIB – , Estados Unidos ha cruzado umbrales que en cualquier otra economía habrían detonado las alarmas. No es solo el monto, sino la inercia del crecimiento de esta deuda lo que preocupa. El nuevo paquete presupuestario busca extender exenciones fiscales durante el mandato de Trump, con un impacto potencial de entre 3 y 4 billones de dólares adicionales al pasivo federal. En un momento de contracción de ingresos fiscales y aumento del gasto público, esta política se siente más ideológica que estratégica.

Los rendimientos del bono a 30 años superaron el simbólico 5 por ciento en mayo, reflejo de una creciente desconfianza entre los inversionistas. Si antes la deuda estadounidense ofrecía seguridad y liquidez, ahora también transmite incertidumbre. Moody’s, al rebajar la calificación de la deuda en mayo, puso en el centro del debate la sostenibilidad fiscal de la principal economía del mundo.

El deterioro del dólar es otra señal preocupante. Tradicionalmente considerado un refugio en tiempos de crisis, la divisa estadounidense ha perdido más del 10 por ciento de su valor en el primer semestre del año, su peor desempeño desde 1973. La huida de los inversores no solo responde a factores económicos, sino también políticos. Los aranceles impuestos por Trump, las tensiones con China y los conflictos en Medio Oriente alimentan una percepción de inestabilidad y volatilidad.

China es uno de los principales acreedores externos de Estados Unidos y ha dejado de renovar sus bonos del Tesoro, optando por acumular oro. Este movimiento no solo es económico, es geopolítico. La desdolarización parcial que promueven países como China o Rusia apunta a un reordenamiento del sistema financiero internacional que podría dejar al gobierno norteamericano en una posición más frágil de lo que sus propios políticos admiten.

Por ahora, el euro y la deuda europea están asumiendo un rol que antes le pertenecía al dólar, cuando esta divisa era el escudo en tiempos de tormenta. Que esto ocurra no es menor. Refleja una erosión de la hegemonía financiera estadounidense que podría acelerarse si no hay un cambio de rumbo fiscal en Washington.

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