Hay razones de peso. Tras un primer trimestre dominado por aumentos mutuos de aranceles de hasta 145 por ciento, ambos gobiernos terminaron comprendiendo que la escalada representaba un riesgo real para sus economías. La firma del acuerdo económico en Seúl, el pasado 5 de noviembre, fue el punto de inflexión. Al suspender por un año los controles chinos a las exportaciones de tierras raras, unos insumos clave para industrias estratégicas estadounidenses, y poner fin a los aranceles contra los agricultores de Estados Unidos, las dos potencias se dieron un respiro.
Pero sería ingenuo interpretar este deshielo como un acercamiento desinteresado. Ambos líderes persiguen objetivos internos muy claros. Para Trump, cuya base política se sustenta en buena medida en el campo estadounidense, anunciar que China se compromete a comprar millones de toneladas de soya hasta 2028 es un triunfo narrativo. Se ha hecho un buen acuerdo para los grandes agricultores, escribió en Truth Social, reforzando el mensaje de que su gestión genera resultados tangibles. La promesa de un paquete de ayuda doméstica, adelantada por la secretaria Brooke Rollins, subraya que la administración intenta capitalizar políticamente cada centímetro de avance diplomático.
Para Xi, la llamada cumple otro propósito. Proyectar estabilidad y control en un momento en que la economía china enfrenta tensiones estructurales y necesita reducir fricciones que puedan agravar la desaceleración. Reanudar compras agrícolas no es solo una concesión técnica, sino una inversión en previsibilidad.
El elemento más delicado de esta agenda, sin embargo, es el eventual permiso para que Nvidia venda chips avanzados de inteligencia artificial a China, una posibilidad mencionada por el secretario de Comercio, Howard Lutnick. Ese punto es el verdadero termómetro de la relación. Los semiconductores son el corazón de la competencia estratégica del siglo XXI. Cualquier flexibilización enviaría una señal potente y polémica sobre hasta dónde está dispuesto Trump a negociar. La llamada Trump – Xi, más que una solución, es un alto al fuego. Una pausa útil, pero tan frágil como las motivaciones políticas que hoy la sostienen. El 2026 será la verdadera prueba de fuego.